De recuerdos y lugares felices

estos días azules y este sol de la infancia1

*

Recuerdo a menudo la luz de los veranos cuando era un niño, la luz naranja y pesada de las cuatro de la tarde, que te atenazaba contra el suelo y te paralizaba como un insecto atrapado en ámbar. Podía ver las motas de polvo danzando en cada rayo que se colaba por los huecos de las cortinas. Todo iba despacio, como si el tiempo se hubiera vuelto viscoso. Podía oír el sonido amortiguado de la guitarra de mi hermano en otra habitación, el perezoso runrún de los ventiladores, a veces el trajín incoherente del televisor. Ya la luz no tiene ese color, pero el sol es el mismo, el aire es el mismo, el polvo es el mismo, la ciudad es la misma. Sólo han cambiado mis ojos.

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Aprendí a leer muy pequeño, y desde entonces una de las pocas formas de mantenerme quieto más de treinta segundos es darme un libro. Ser el menor de tres hermanos significa crecer con relativamente poca supervisión, y además en general la filosofía en casa con los libros era “si lo alcanza, puede leerlo” y “lo peor que puede pasar es que se aburra”. Así que una de mis formas favoritas de pasar las horas muertas en verano siempre fue explorar las estanterías de mi casa, que por entonces me parecían incontables, altísimas, llenas de secretos.

No sé muy bien cómo descubrieron mis hermanos esto que ahora llamamos cultura geek/nerd/friki (entonces no tenía ningún nombre: sólo era poco común). Para mí no hubo un momento de encuentro con estas aficiones: simplemente, estuvieron ahí desde siempre. En uno de los primeros recuerdos que tengo estoy tumbado en el suelo, en una casa que me parecía enorme cerca del mar, leyendo fascinado el libro de juego de rol que había comprado mi hermano.

Como todos los niños, supongo, yo soñaba con una vida llena de aventuras (quién te iba a decir, chaval, que un día soñarías con un poco de tranquilidad). Pasé tardes enteras hojeando los manuales de Aquelarre y Advanced Heroquest, y después Runequest, Paranoia, los librojuegos de Fighting Fantasy… Aquellos libros, llenos de dibujos de criaturas terribles, de monstruos y armas mágicas y pesadas armaduras, me fascinaban: me abrían una puerta de papel a mundos imaginarios mucho más ricos y complejos que los cuentecitos de caballerías que supuestamente debería estar leyendo. Los capítulos de reglas (que por supuesto no entendía) me decían que yo podía vivir en esos mundos, recorrerlos, gobernarlos en cierto sentido.

Seguramente por eso estas aficiones no son sólo una diversión para mí, son un lugar feliz. Cada vez que leo un manual de rol, que pinto una miniatura o saco las cajas de alguno de estos juegos, me siento de nuevo un niño tirado en el suelo, leyendo medio a escondidas un libro en veranos interminables de luz naranja. A veces creo que puedo volver a oír las guitarras y voces de una casa enorme cerca del mar.

*

Claim your ghost, know the wine for what it is
There’s light holding onto the ground
Our music is clumsy and free
Killers let go, killers let go
2

  1. Según cuentan, cuando Machado murió encontraron este verso en un papel arrugado en un bolsillo de su abrigo. ↩︎
  2. Claim your ghost, Iron & Wine ↩︎

Antonio Santo es escritor, aunque durante el día oculta su identidad secreta dirigiendo Jaleo, una agencia de comunicación especializada en la industria del videojuego. Ha publicado cosillas aquí y allá en revistas y antologías de poesía joven. En 2008 consiguió la beca de la Fundación Antonio Gala para poder pasarse un año sin tener que fingir que trabajaba. En 2012 fue el único poeta español invitado al World Event Young Artist, encuentro internacional de artistas dentro del programa de los JJOO de Londres. Aunque ya está retirado de las tablas, también se ha pasado 15 años subido en escenarios cantando, contando historias y recitando poesía; tiene un EP llamado "Mi némesis particular" que se puede escuchar gratis en Spotify. Vive en Madrid con su mujer y su hija. Lleva sombrero y su madre dice que es muy apañao.

¿Hay alguien ahí?

Carmen

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