Me recuerda Cris que hace 8 años desde la publicación de este poema en la antología "Una nueva melancolía", de Ediciones en Huida. Lo traigo de vuelta para recordarlo. Cada metáfora fue una profecía. ...
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Cuando visitas tu viejo hogar, la nostalgia te golpea dos veces: una al llegar y otra al marcharte. El golpe de la despedida no te pilla desprevenido; el mordisco frío en el pecho, cuando miras por el retrovisor y ves tu raíz alejarse hasta convertirse en horizonte, al menos te lo esperas. Con las manos agarradas fuerte al volante, sabes que se irá desvaneciendo según te alejes, según pasen los días, según tu vida real retome su ritmo. El de la llegada te pilla siempre desprevenido: cada pequeño cambio que encuentras es un amargo recordatorio del tiempo que llevas lejos. El alcorque vacío de un árbol que viste crecer, un edificio donde antes había un solar. Te das cuenta de cuánto han crecido tus hijos al verlos corretear por una cartografía doméstica que podrías recorrer con los ojos cerrados. La ciudad es distinta, el lugar que dejaste hace tantos años ya no existe, y tu nostalgia extraña algo que ya nunca podrá tener. Todo ha ocurrido y no has estado aquí para verlo. * Uno pasa a ser de ninguna parte cuando emigra. Llegas a un nuevo lugar para construirte una vida, pero todo y todos estaban allí antes de que tú llegaras, con toda una historia escrita en la que tú eres un nuevo personaje que se incorpora tarde a la trama. Y al mismo tiempo, cuando vuelves te das cuenta de que aquél tampoco es ya tu sitio. No están tu casa y tu rutina, no están tus cosas ni tus nuevos amigos. Tus amigos de siempre, incluso tu familia han continuado con sus vidas; ya no hay un hueco por defecto para ti en ellas. Puedo visitarles, pero ya no puedo compartir mi vida con ellos. Yo no puedo pedirle a mis padres que recojan a mi ...
Recuerdo a menudo la luz de los veranos cuando era un niño, la luz naranja y pesada de las cuatro de la tarde, que te atenazaba contra el suelo y te paralizaba como un insecto atrapado en ámbar. ...
Después de mucho, mucho tiempo sin ganas de escribir, de unos días para acá se me ha vuelto a encender la chispa; y ahora se siente como si hubiera estallado en pedazos el muro de una presa. Dándole vueltas a las razones de mi bloqueo, que ha durado muchos años, creo haber encontrado una explicación: en primer lugar, la falsa necesidad de esperar un buen momento para escribir, algo imposible para casi cualquiera. En segundo, mi autoexigencia: tras unos años de carrera artística breve pero intensa, en cierta forma me costaba sentarme a escribir sin pretensiones, sin exigencia. Sin tener una gran idea, y siendo consciente de que no tengo tiempo (una vez más) para pulir ideas mediocres o dedicarme a leer y explorar hasta encontrar algo digno. Pero la necesidad de crear sigue estando ahí, supongo, y llega un momento en que necesita manifestarse. Así que hoy he escrito esto en un par de momentos libres. Sin casi correcciones, sin reescrituras (puedo ser -- era, supongo -- muy obsesivo con cada poema), prácticamente escrito tal cual. Y así es como pienso volver a escribir. Pondré aquí lo que me salga, sin mucha vergüenza porque, total, tampoco es que lo de antes lo leyera mucha gente y tuviera un gran público al que decepcionar. Sobre el poema en sí creo que no voy a decir nada por ahora: se supone que tiene que decirlo todo por sí mismo, sin necesitar mucha más explicación. ...
[Tal noche como la de hoy, hace doce años...] ...
En diciembre de 2020, el poeta y profesor Francisco Ruiz Noguera me escribió para pedirme unos poemas para una antología. Hace bastantes años había publicado otra, Frontera Sur, con los poetas jóvenes malagueños de entonces; y quería repetirla, en una especie de movimiento circular en el que los más jóvenes de aquel libro seríamos los más viejos de éste, a su vez empujados por los chavales de ahora. Le dije que sí, pero claro, había un problema: llevaba años sin escribir una sola línea, y al menos algún texto nuevo tenía que entregar. Dándole vueltas al asunto de qué pinto yo en una antología de poetas si ya no escribo, estando en la ducha (como dije el otro día, escribimos en los márgenes de nuestra vida) se me ocurrió este poemita. ...
¿Hola? ¿Se me escucha? [Da un par de golpecitos al micro] Bueno, vamos allá… A finales del año pasado, en un día particularmente estresante, formulé el propósito de volver a escribir con regularidad en 2022. Dicho así suena muy solemne, pero el momento fue más parecido a un resoplar hastiado sobre la taza de café que a una epifanía. El asunto es que, enterrado en las obligaciones del día a día (mi negocio, mi familia, el murmullo agotador de la actualidad), me resulta muy, muy difícil encontrar la motivación para escribir sin tener un por qué: un público, por pequeño que sea, que justifique el esfuerzo. Seguro que hay quien de verdad es capaz de crear para sí mismo, pero a estas alturas se me hace imposible sacar tiempo de debajo de las piedras sólo para llenar cuadernos. Tengo mis redes sociales, claro; pero quienes me siguen ahí lo hacen por otros motivos, y mis pulsiones creativas no les interesan un pimiento. Un poema o un dibujo resulta completamente fuera de lugar, como si me estuviera subiendo en un cajón de fruta a gritar versos en mitad de la Gran Vía. Además, el ruido y la prisa inherentes a Twitter, donde estoy más activo, hacen que una pieza (por la que uno quizá ha perdido horas de sueño) quede enterrada en cuestión de minutos. Cómo pedirle a alguien que te lea con calma si para esta misma noche ya eres agua pasada. En un ataque de nostalgia, me puse a repasar el viejo blog que tenía cuando era un chaval, creado precisamente para tener donde colgar lo que iba haciendo. Y como veinte años no es nada, qué febril la mirada y tal, me dije: ¿por qué no recuperarlo? Total, no es como si los blogs hubieran pasado completamente de ...
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